viernes, 30 de octubre de 2015

LLAMADOS A SER CRISTIANOS... TEMA 3

1. El cristiano, una copia fiel de Jesús.


En el tema anterior, ha quedado claro que lo primero que todo hombre y mujer de este mundo debe tener por seguro, es que Dios nos creó para ser felices, y no de cualquier manera, sino plenamente felices. Esa felicidad, desde nuestra fe cristiana, significa reflejar la semejanza de Jesús y vivir con Él, en Él y en Él según la circunstancia de vida a la que Dios Padre misericordioso nos haya llamado.

La palabra «cristiano», denota tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, lo cual hacemos al ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo. Así, ser cristiano es una vocación (una llamada) a la felicidad en el amor y la verdad. Si toda persona tiene esta llamada a la existencia y a la felicidad, el cristiano debe comprometerse con Dios para llegar a ser, como lo expresa a beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, «una copia fiel de Jesús».

El crecer cada vez más en la imagen y semejanza de Jesús, es el propósito central de la vida de todo cristiano. Es el centro a todas nuestras actividades, nuestro estilo de vida, nuestras relaciones, porque Cristo Jesús es el motor que impulsa nuestro ser y quehacer. Todos los dones y cualidades que hemos recibido del mismo Dios deben fluir de este propósito central, porque todo está encaminado hacia Él.

Si yo no soy semejante a Cristo en mi corazón —si cualquier circunstancia, no me estoy convirtiendo notablemente en una copia fiel de Él—, voy perdiendo el propósito de Dios para mi vida totalmente. No importa lo que yo logre para este mundo como propósito en una carrera profesional o en un trabajo al que le entregue toda mi energía; si no vivo en Cristo, nada he hecho. Hoy, cuando el mundo habla de vocación piensa en profesiones, actividades, más o menos envolventes o en aficiones y tendencias. 

El propósito de Dios para cada uno, no puede cumplirse por lo que hacemos.. No puede ser medido por nada material que logremos en este mundo, aunque sea una obra filantrópica, aunque sane a los enfermos y eche fuera demonios. ¡No!, el propósito de Dios se cumple en mi solamente por lo que me estoy convirtiendo en una copia fiel de Jesús. La semejanza de Cristo no se trata de lo que yo hago por el Señor, sino acerca de cómo soy transformado a su imagen y semejanza en un compromiso con el mismo Dios y con el mundo que me rodea.

2. La vocación a ser «otro Cristo» viene de Dios.

La vocación a la vida cristiana no nos la podemos dar a nosotros mismo, no viene de nosotros mismos, sino que viene de Dios. Por eso, antes que nada, y continuamente, es preciso acoger a Dios en nuestra vida, dejarle entrar libremente y seguirle con toda fidelidad y entusiasmo. Sólo si comprendemos que es Dios quien nos ha llamado —de manera individual y comunitaria— a formar parte de la familia de Dios como hijos suyos para formar a Cristo en nosotros, es que seremos capaces de responder al llamado que Dios nos hace a ser cristianos. Así nos damos cuenta del gran amor de Dios, que no priva a nadie de su tarea existencial, pero no hace nuestra parte, ni trabaja sin nosotros para formar a su Hijo en cada uno y en cada una. Dios no suplanta, sino coopera a que vivamos plenamente esa vocación que Él nos regaló.

Para muchos, el llamado a ser cristianos puede parecer algo difícil, incluso abrumador, debido a que Dios nos deja la responsabilidad, pero no hay necesidad de temer, ni de sentirnos ineptos para tal misión. El mismo Dios es quien nos ha habilitado para realizar esta tarea con el sacramento del bautismo.

3. Las tres dimensiones de la vocación a ser cristianos.

La vocación cristiana es entonces la orientación total que damos a nuestra vida para formar a Cristo en nosotros y ser una copia fiel de Él, que pasó por el mundo haciendo el bien y cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre con alegría.  Esta vocación cristiana inspira y organiza la totalidad de la vida. Es el ideal que influye y orienta toda la actividad y las motivaciones de la persona y tiene tres dimensiones que van ayudando a darle sentido a nuestro «ser cristiano».

3.1 Dimensión antropológica.

La vocación en su dimensión antropológica, es el llamado que Dios hace al elegido y es por lo tanto personalizante. En este sentido, este llamado, hecho por Dios, nace en el interior de cada persona y está integrada a todo su contexto existencial, para promover el desarrollo de la propia valía y la capacidad de amar, crear, convivir y proyectarse al estilo de Cristo. Sabemos que hay muchas personas honestas, que trabajan por construir un mundo mejor e intentan luchar contra la corrupción y la injusticia. Les mueven motivos nobles y una ética humanística. Sin embargo, a pesar de sus aportes positivos y sus valores humanos, no por esto pueden ser llamados propiamente cristianos. La vocación a la vida cristiana, desde esta dimensión, está inmersa en las mismas necesidades básicas y potencialidades de la persona desde el corazón de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. La Escritura nos dice: “A los que de antemano conoció Dios, quiso que llegaran a ser como su Hijo: semejantes a Él a fin de que Él sea el primero entre muchos hermanos” (Rm 8,29). 

3.2 Dimensión cristiana.

En su dimensión cristiana, hablamos claramente de la «respuesta» a la identidad de cristiano en cuanto seguidor de Cristo hasta llegar a ser una copia fiel. La iniciación cristiana es la referencia totalizadora de la respuesta vocacional a la llamada que Dios hace como adhesión vital a Cristo y su proyecto de existencia. La dimensión cristiana va dando la formación integral al elegido y le va fortaleciendo los distintos aspectos de la fe para asumir la tarea autoformativa —que no termina nunca— que le ayudará a formar a Cristo hasta llegar a decir como san Pablo: «Ya no so soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Con Cristo la vida humana adquiere su sentido más pleno, porque en Él, el ser humano puede alcanzar su máxima grandeza; en Él y por Él puede alcanzar todos los bienes anhelados y reservados para él; en Él, por Él y con Él puede alcanzar el pleno despliegue y total realización de su existencia. Y lo más importante es que este proceso y despliegue, que se inicia ya en el terreno peregrinar, verá su culminación en la vida eterna donde Dios ha preparado para aquellos que lo aman «lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó» (1Cor 2,9).

3.3 Dimensión eclesial.

En su dimensión eclesial, la vocación cristiana es esa adhesión personal a Jesús que nace y se desarrolla dentro de la comunidad. El llamado a seguir a Cristo se da, de forma ordinaria, en el seno de la comunidad de creyentes. Es en la comunidad donde los cristianos viven su conciencia clara de unión con Cristo.  Es en la Iglesia —comunidad de creyentes— donde se recibe el bautismo que nos hace hijos en el Hijo, por eso la vocación a ser cristianos es, antes que nada, un descubrir la propia pertenencia a esa comunidad, su lugar dentro de ella y su proyección en y desde ella a partir de ser bautizados.  “Y desde su bautismo, se despojaron del hombre viejo y su manera de vivir, para revestirse del hombre nuevo que se va renovando y progresando hacia la imagen de Dios” (Col 3,9-11). Querer seguir a Jesús al margen de la Iglesia es un peligroso engaño ya que, como Pablo descubrió en su conversión (Hch 9,5-6), la comunidad de los cristianos es el Cuerpo de Jesús (l Cor 12, 27), es Cristo presente en forma comunitaria. 

Nadie, siendo un creyente en Cristo, puede pretender encontrar su desarrollo íntegro la vida, si antes no encuentra su ser, como seguidor de Cristo, en estas tres dimensiones. Ya luego vendrá la búsqueda y realización de una vocación específica como la sacerdotal o la matrimonial, entre otras.

4. Una vocación en plenitud con el compromiso de ser otro Cristo.

Cuando hablamos de vocación, no hablamos de fantasías piadosas y de sentimientos que se escarapelan con el tiempo, porque la vocación de todo cristiano —sea cual sea su vocación específica— es respuesta consciente, libre, voluntaria y decidida a esa llamada que Dios nos ha hecho. Sabemos que toda religión posee ceremonias y ritos simbólicos, pues de lo contrario se convertiría en un mero intelectualismo ético para minorías. Pero no basta haber sido bautizado, haber hecho la primera comunión, asistir a procesiones, peregrinar a santuarios marianos, celebrar festividades para poder ser identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus ritos y sin embargo Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt 23). El rito es necesario, pero no suficiente para ser cristiano. La presencia de Cristo en nuestro compromiso de ser y quehacer, es venero de ese amor de predilección, es fuerza nueva que no se atora en los inmediatismos, o en unas cuántas prácticas y trasciende todo tiempo y circunstancia. ¡Dichoso quien vive en plenitud su vocación de ser otro Cristo!

Queda claro entonces que no se puede ser cristiano al margen de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo cristiano no es simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa, sino que cristiano es todo lo que dice relación con la persona de Jesucristo. Sin él no hay cristianismo. Lo cristiano es El mismo. Los cristianos son seguidores de Jesús, sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 11,26).

Entonces vivir en plenitud esta vocación, no es presumir la boleta de bautizo o llevar una marca que marca la frente y que define nuestro ser y quehacer. La vocación cristiana es seguir al Maestro, no en la superficialidad de las posturas o hermosos discursos, sino pisar sobre sus huellas, llevando el mismo polvo y sudando las mismas luchas, con el corazón alegre, rebosante de amor y lleno de esperanza a lo largo de las pequeñas acciones y momentos de cada día y en el espacio de santificación que libremente elegimos cada uno.

No vive la vocación cristiana solamente aquel que dice serlo, tampoco por tener una credencial de pertenencia a una especie de club. No se es cristiano sólo por andar, como vulgarmente se dice, «en la punta del grito», o por lucirse en un servicio que llama la atención en el altar cada domingo. Para vivir en plenitud la vocación a la vida cristiana hace falta ser otro Cristo, con su misma entrega generosa y sin rebajas. A un cristiano no se le mide por la cantidad de rezos y el número de misas a las que asista, sino por el coraje humilde de arriesgar la propia vida a favor de sus hermanos. Así es como se escucha la llamada a ser cristianos y así es como se vive la respuesta.

Quien capta lo que significa esta vocación a ser cristiano, sabe que ha recibido un espíritu de fortaleza, sabe que el bautismo no le ha convertido en un privilegiado, sino en un llamado. La diferencia que se da, pues, con el resto de los hombres y mujeres de este mundo que hacen mucho bien, es que el cristiano sabe responder a un llamado a poner el corazón en la conquista de sí mismo para el servicio, como María de Nazareth —que se encaminó presurosa a servir (Lc 1,39)— y que abre caminos y abraza cada día la cruz, para seguir andando sobre las huellas del Maestro.

Pidámosle al Señor que nos aliente para re-estrenar cada día el compromiso bautismal y a María Santísima que sea el modelo de seguimiento de su Hijo Jesús en la sencillez de la cosas pequeñas de cada día. Temamos a la mediocridad y al permanecer sordos al llamado de Dios que quiere formar a Cristo en nosotros... ¡Somos llamados a ser como Cristo!

5. ACTIVIDADES A REALIZAR:

1. Leer los textos bíblicos que aparecen en el tema.

2. Responder este cuestionario:

2.1 ¿Cuál es la fecha de tu bautismo?

2.2 ¿En manos de quién pusieron tus padres la responsabilidad de ser tus padrinos de bautizo?

2.3 ¿Por qué es importante vivir la vocación cristiana?

2.4 ¿Cuáles son, a tu juicio, las dificultades más grandes para vivir el compromiso del bautismo en medio del mundo?

2.5 ¿Qué lugar ocupa tu parroquia o comunidad eclesial en la vivencia de tu proceso vocacional?

P. Alfredo Delgado R., M.C.I.U.

sábado, 31 de enero de 2015

LLAMADOS A SER FELICES... Tema 2


Todos los seres humanos estamos llamados por Dios a ser felices, por eso todos los hombres y mujeres del mundo estamos siempre en búsqueda de ser felices y por lo mismo el mundo está siempre ofreciendo infinidad de ofertas de felicidad día a día. La palabra «Felicidad» viene del latín (felicitas)  que significa gusto, gozo, alegría…


1. Llamados por Dios a ser felices.


En nuestro camino vocacional debemos aprender a distinguir cuál es la respuesta al llamado de Dios que realmente nos hará ser felices... gustar de lo que somos y hacemos, gozar en la vida y estar siempre alegres, como dice san Pablo (Flp 4,4). Nuestro hermano y amigo Jesucristo, al final de las bienaventuranzas en el Evangelio, nos dijo: “Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos...” (Mt 5,12). Y nos dijo también en otro pasaje: “Alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo” (Lc 10,20).

Conseguir vivir alegre y ser feliz no es algo que se pueda lograr desde un planteamiento egoísta o indiferente hacia los demás. Al contrario, luego de pensar que cada uno de nosotros hemos sido llamados a la existencia, debemos convencernos de que para ser verdaderamente felices tendremos que hacer felices a cuantos me rodean; y hemos de trabajar y esforzarnos para que lo sean.

El deseo de felicidad que todos llevamos dentro, ha sido puesto por Dios, que nos llamó a existir para que le busquemos. Por lo tanto, necesitamos de Dios para poder ser felices. ¡Fuimos creados por Dios para ser felices! Esta es nuestra vocación: ¡Ser felices!

El destino radical de todo ser humano es la felicidad y, al mismo tiempo, esa felicidad es la fuerza que lo impulsa, la brújula que lo guía. La felicidad es realmente el único sentido de la vida... El hombre es un «peregrino de la felicidad».

La felicidad es una vocación universal, un don irreversible que Dios ha dado a cada uno al habernos dado la vocación fundamental a la vida. Esta vocación fundamental a la felicidad, por tanto, no es algo que se recibe en un determinado momento de la vida, que está expuesto a perderse y tiene fecha de caducidad, sino el diálogo original de nuestra razón de ser en el mundo, con nosotros mismos, con los otros y con Dios.


2. Un  «decálogo» para mantener la felicidad a la que Dios nos llama.


El Papa Francisco, desde la sencillez que lo caracteriza, se presenta siempre como un hombre «feliz», «inmensamente feliz». Él nos da 10 puntos básicos —un «decálogo de la felicidad»— que nos pueden ayudar, en nuestro contexto personal, a vivir intensamente nuestra vocación a ser felices, para luego elegir una vocación específica en la que podamos responder a la llamada de Dios.

Les propongo ahora meditar cada uno de estos puntos que el Papa Francisco propone:

2.1. Vive y deja vivir. 

El Papa Francisco dice que los romanos tienen un dicho allá en Italia que reza así: «Anda, y deja que la gente vaya adelante», eso es lo mismo que decir: «vive y deja vivir». Este es el primer paso para ser felices, porque el que ama la vida es feliz y deja que los otros vivan felices.

Habrás de preguntarte qué tan feliz has vivido hasta el día de hoy y que tanto has dejado vivir a los demás en la alegría de los hijos de Dios. La vida es hermosa porque se puede ser feliz viviendo y dejando vivir. La experiencia nos dice que quien ama la vida es feliz. Basta ver los innumerables ejemplos de tantos santos que aún en medio de circunstancias difíciles han sabido amar la vida, defenderla y promoverla. Vivir y dejar vivir es realizar en plenitud la condición de hijo de Dios, es responder con felicidad por la propia humanidad, ser persona en el sentido integral, amando inmensamente hasta poder llegar a decir como san Agustín: "Ama y haz lo que quieras".

2.2. Darse a los demás. 

«Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta» dice el Papa, y continúa afirmando: «y el agua estancada es la primera que se corrompe.»

¿Qué importante es ir encontrando el sentido de la felicidad en ese «darse a los demás». Nadie se realiza en el egoísmo, nadie se realiza en la contemplación de sí mismo y en la indiferencia ante los demás. Los santos fueron hombres y mujeres que vivieron con la sonrisa en los labios haciéndose amigos y servidores de todos. El hombre está llamado a «darse», imprimiendo así el verdadero significado a la existencia humana mediante su ser feliz. La realidad existe, pero carecería de sentido sin ese hacerse «donación». Hay que recordar aquel pasaje de la Escritura que dice: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).

¿Se pudiera explicar lo que es una «madre» si no existiera su entrega por el «hijo»? ¿Se pudiera hablar de «vida religiosa» si no existiera esa sed de darse a «las almas»? ¿Se pudiera entender un «sacerdote» sin el amor por su «pueblo»?

Tal vez el ejemplo más claro en este punto sea María de Nazareth, la joven mujer, la joven madre, la joven esposa que se mostró siempre servicial, como lo vemos en Cana, en aquellas bodas (Jn 2,2), cuando se da cuenta de que falta el vino... de que no puede «faltar la alegría» en aquella fiesta. Ella se da, se entrega para que los novios y los invitados no vayan a caer en la tristeza de que falte algo tan importante para la cultura judía de aquel entonces.

2.3. Moverse remansadamente.

Leyendo el libro “Don Segundo Sombra" del autor argentino Ricardo Güiraldes, el Papa Francisco encuentra "una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. El protagonista dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lentamente remansado. Yo utilizaría —afrima el Papa— esta imagen del poeta y novelista en ese último adjetivo: «remansado». La capacidad de moverse con benevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabiduría,son la memoria de un pueblo. Y un pueblo que no cuida a sus ancianos no tiene futuro.”

Ciertamente el Papa habla de la ancianidad, pero en una sociedad que va tan de prisa como la nuestra, todos, incluso los niños y los jóvenes, si queremos vivir nuestra vocación a ser felices, hemos de ser personas remansadas, personas que en la lentitud de ciertos momentos seamos capaces de contemplar las maravillas del Señor y deleitarnos en la convivencia fraterna.

2.4. Una sana cultura del ocio.

Francisco nos recuerda que “el consumismo nos ha llevado a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio, leer, disfrutar del arte. Ahora confieso poco —dice— pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le preguntaba: ‘¿Cuántos hijos tienes? ¿Juegas con tus hijos?’ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo.” Ese «jugar con los chicos» como dice el Papa, nos debe hacer pensar en que no es nada fácil responder a la vocación de la felicidad si uno se encierra en sí mismo y se olvida de convivir, de «jugar», de compartir con los demás los momentos de ocio de una manera sana. Incluso Cristo, en el Evangelio, invita a sus amigos a descansar un poco (Mc 6,31).

2.5. Compartir los domingos con la familia.

“El otro día —comenta el Papa— en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia.” La felicidad es un don que Dios nos regala, una vocación a la que somos llamados y esa felicidad, como vocación, se aprende a vivir en la familia. Es en la vida de las cosas sencillas de cada día y sobre todo del domingo, como día del Señor, en donde uno crece y puede mantenerse siempre feliz, recargando baterías. Vale la pena recordar siempre que “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7)

Ordinariamente la vocación a la felicidad se descubre en la cotidianidad de la vida de familia. La persona humana está creada para la felicidad y lo aprende desde pequeño. Por eso el hombre común no puede vivir mucho tiempo sin felicidad. ¡Quien aprende a amar en la familia brinda felicidad toda su vida!

2.6. Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo. 

“Hay que ser creativos con esta franja —segura Francisco—. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa".

La edad en la que la persona elige —con la libertad que tiene como hijo de Dios— su vocación específica, es la juventud, o, por muy temprano, el final de la adolescencia. Una persona desocupada no puede ser plenamente feliz, lo dice el Papa. Por eso hay que motivarse en el estudio y por lo menos irse ejercitando en las tareas de casa para comprometerse con la sociedad y amar el mundo del trabajo sintiéndose parte de esta sociedad.

Cuando se es joven hay que salir al encuentro de los demás jóvenes y animarles, especialmente a los que están desempleados y animarles a trabajar aunque sea medio tiempo y en cosas pequeñas, ya que el desempleo causa depresión o aburrimiento y, como afirma el Papa, viene luego el problema de la drogadicción, ya que muchos jovencitos piensan que «evadiendo» la realidad serán felices. No se puede vivir la vocación a la felicidad si no se ponen los ojos en cielo, los pies en la tierra y las manos en una ocupación de servicio a los demás.

2.7. Cuidar la naturaleza. 

El Papa Francisco asegura que para ser plenamente felices debemos de “cuidar la creación" y dice que "no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos.” El salmo 8 nos recuerda, en la Sagrada Escritura, que el hombre es el centro de la creación. ¡Qué feliz se siente aquel que es capaz de contemplar un atardecer, de ver el mar, de caminar por el campo!

Francisco, en una audiencia general comentó que "la creación no es propiedad nuestra, y, menos aún, sólo de algunos, sino que es un regalo que Dios nos ha dado para que la cuidemos y la utilicemos con respeto en beneficio de todos... Si no cuidamos la creación —dijo el Papa— la destruimos. Y si destruimos la creación, la creación nos destruirá a nosotros", y continuó afirmando: "Recuerden aquel dicho: Dios perdona siempre, nosotros, los hombres, perdonamos algunas veces, la naturaleza no perdona nunca si la maltratamos". Entre mas cuidemos nuestro entorno de plantas, animales y demás seres vivientes, más podremos ser felices. Vale la pena recordar a san Francisco de Asís o la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, dos grandes «amantes» de la naturaleza.

Quien es feliz tiene herramientas para vivir sin dañar la naturaleza, para estar cerca de los demás, para ser productivo sin explotar la tierra y sus elementos y dar sentido y orden al mundo de las personas y de las cosas que le rodean, pues, puede ver, oír, sentir, pensar, decir y hacer dejando que Cristo viva en él.

2.8. Olvidarse rápido de lo negativo. 

“La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima" asegura el Papa, diciendo que cuando eso se hace es que la persona se siente tan abajo que en vez de subir, baja al otro. "Olvidarse rápido de lo negativo es sano” dice Francisco.

El mundo de hoy está lleno de pesimismo y una persona «negativa» no puede ser feliz y difícilmente puede hacer felices a los demás.  La vida es demasiado corta como para gastarla en hacer cosas negativas que no conducen a la felicidad. Hay que tener cuidado con las semillas de autodestrucción en nosotros las cuales si estallan nos darán solo infelicidad, esas semillas de autodestrucción que solo dan infelicidad si permitimos que crezcan. Éstas son falsa excusas: “yo no soy inteligente” “soy pobre por herencia” “nadie es profeta en su tierra” “nunca he sido bueno para hablar”

Aunque se encuentra prisionero, en medio de un ambiente adverso, cuando escribe la Carta a los Filipenses y con todo lo que le ha sucedido, san Pablo se «alegra» en el Señor porque es feliz. Llegando al final de la carta nos dice: “Mientras tanto, hermanos míos, alégrense en el Señor” (Flp 3,1) y después expresa el motivo de esa alegría en el Señor: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo” (Flp 3,20). ¡Hay que ser positivos siempre!

La felicidad ni se compra, ni se vende y solo se obtiene cuando se está en paz interior en equilibrio con lo exterior. Se construye al actuar con recta conciencia y con esa libertad que brota del amor y la armonía con Dios y con los demás.

2.9. Respetar al que piensa distinto.

La felicidad es una vocación que Dios ha otorgado a todos sus hijos, crean o no crean en Él, sean de una o de otra religión, ya sea que practiquen su fe o no lo hagan. El Papa Francisco dice que “podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: «Yo dialogo contigo para convencerte» ¡No! —afirma categóricamente el Santo Padre—, cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo” y solo respetando a los demás es como se puede ser felices y ayudar a los demás a serlo ellos también (Lc 11,23).

Hay quienes piensan que la satisfacción se encuentra en el éxito fácil privando a otros de su felicidad. La felicidad se alcanza cuando el progreso es fruto de nuestro esfuerzo común; quizá nos podamos sentir fatigados o con mucha dificultad para tratar con gente que piensa diferente,  pero nunca  nos debe conducir eso a ser infelices, porque al compartir con quien piensa distinto ponemos a prueba nuestras capacidades, nos mostramos con transparencia, damos de nuestro bien, de nuestra paz y de la alegría que Dios nos da.

2.10. Buscar activamente la paz.

Nos dice el Papa: “Estamos viviendo en una época de mucha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa.”

Recuerdo ahora a grandes pacifistas como el monje benedictino Thomas Merton o el sacerdote holandés Henry Nouwen. Gente como ellos, que, desde su vocación específica y sin recurrir a la violencia, nos ayudaron —y lo siguen haciendo desde el cielo— a buscar, alcanzar y mantener la felicidad para vivir en paz.

La beata María Inés Teresa fue un a mujer de paz que con su sonrisa perenne mostró lo feliz que se sentía de haber sido elegida en Cristo y que decía que todos debíamos llegar a ser «almas pacíficas y pacificadoras».


3. ¡No nos dejemos arrebatar la felicidad!


Luego de ver este sencillo «decálogo» con el que orienta el Papa Francisco hacia la construcción de la felicidad, podemos decir que ya el milagro de estar vivo es por si solo un motivo para ser feliz. A eso habrá que añadir el elegir una vocación específica como el matrimonio, la vida de soltería, la vida religiosa o sacerdotal para ser en este mundo plenamente felices.

Si tomamos conciencia de la llamada a la felicidad que Dios nos hace y tenemos el valor de responderle, sea cual fuere su llamada específica luego de invitarnos a ser felices, podemos cambiar el mundo en que vivimos y tener un papel muy importante en la realización del plan divino.

Nuestro esfuerzo por mantener siempre una sonrisa que exprese nuestra felicidad, por más pequeño que parezca, puede provocar un cambio de proporciones incalculables a nuestro alrededor, así como una sola piedra, arrojada al agua, pone en movimiento todo a su alrededor haciendo ondas que se van extendiendo más y más... ¿Te das cuenta de lo que Dios puede hacer con tu «¡Sí!» a la felicidad.

¡No nos dejemos arrebatar nuestra vocación a  la felicidad!


4. Actividad para profundizar en el tema.


4.1 Lee con atención este texto:

Cuentan que un hombre escuchó en su pueblo decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel momento el hombre aquel comenzó a buscar ese tesoro por todas partes.

Primero se aventuró buscándola en el placer y en todo lo sensual, luego que no la encontró buscó ese tesoro en el poder y la riqueza pero todo lo perdió. Se lanzó a buscarla en  la fama y la gloria, y nada. Así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.

En una orilla de la carretera vio un letrero que decía: "A usted le quedan dos meses de vida". Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Ya me cansé de buscar. Mejor estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean".

Y aquel buscador infatigable de la felicidad, solo al final de sus días, encontró que en su interior lo que podía compartir, el tiempo que podía dedicar a los demás, el valor de la renuncia que hacia de si mismo para servir... ¡Allí estaba el tesoro que tanto había deseado encontrar!

El buscador comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como es; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse y aceptarse así mismo para lanzarse al cambio a ser mejor; sentirse querido y valorado, pero también amar y valorar; tener razones para vivir y esperar, y también razones para desgastarse y dar la vida.

Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión. Que la felicidad está construida por instantes y momentos de plenitud en el amor de Dios y de los demás; que la felicidad está unida  a la forma de ver a Dios mismo y a los demás y de relacionarse con Cristo, que siempre en su Iglesia está de salida y que para tener la felicidad hay que gozar de paz interior viviendo a la sorpresa de Dios.

Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que solo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser Él: amor, bondad, reconciliación, perdón y entrega total (Jn 10,18). Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: "Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos"

4.2 Selecciona las expresiones más significativas y que te pueden ayudar a realizar la vocación a la felicidad.

4.3 ¿Cuáles crees que son las posibles causas por los que muchos jóvenes no son felices?

4.4. El Papa Francisco da un «decálogo» para alcanzar la felicidad. ¿Cómo programar la vocación a la felicidad en tu vida concreta a partir de estos pasos? Escribe los 3 pasos que para tí sean los más importantes.

4.5 Escribe el nombre de tres personas conocidas que vivan la vocación a la felicidad y descríbe su ser y quehacer brevemente.

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.

jueves, 15 de enero de 2015

LA VOCACIÓN A LA VIDA... Tema 1.

1. LA VOCACIÓN.

A lo largo de la historia, se ha insistido en definir la vocación como una inclinación a un estudio, profesión o carrera, así lo maneja el mundo intelectual, hablando, por ejemplo, de vocación a ingeniero, vocación de doctor o de maestro pero…

«Vocación» en nuestro lenguaje como católicos, es la llamada que Dios hace al hombre para realizarse en un estado de vida específico. De una forma especial el término ha sido aplicado a la llamada para el estado de una especial consagración en la vida consagrada a Dios: la vida religiosa o sacerdotal.

La etimología de la palabra «vocación» nos sitúa ante una llamada que, lógicamente, implica un proceso:

1.1 Existe alguien que llama: Dios.

1.2 Existe un sujeto receptor del mensaje: La persona.

1.3 Existe un mensaje personal: La misión concreta para cada uno.

La «vocación» es una llamada muy concreta que hace Dios y que es necesario descubrir y descifrar cuanto antes, porque  ahí es donde habrá de centrarse el sentido de nuestra vida y los medios de realización de la misma. De esta manera, descubriendo la propia vocación, descubriremos nuestro lugar en la vida, lo que nos defina en este entramado de personas y funciones que es el mundo.

2. LA LLAMADA A LA EXISTENCIA.

Existe una realidad en la que todos estamos implicados. Nadie inventa ni decide su paso del no ser al ser. Nadie decide el comienzo de su vida, o el lugar donde haya de nacer y crecer. Todos hemos sido traídos a la vida: Hemos sido llamados a la existencia. (Gn 1,26-28).

Desde aquí partimos para hablar del hecho de que existe una llamada universal a la salvación. Todos los hombres y mujeres que estamos en el mundo hemos recibido la llamada a la existencia, la llamada a la vida. La vida es un «don» que Dios nos ha dado, y la primera respuesta que se nos pide es que sepamos aceptar ese don. Aceptar el don es vivirlo con el mismo sentido de alegría que se recibe y se goza un regalo importante.

Este es el principal y más importante elemento vocacional porque permanece a la base de todo y a su vez, reúne todos los elementos que encontramos en la llamada vocacional:

2.1 La vocación a la vida es una llamada individualizada, en cuanto que cada uno recibe esta llamada y este don como algo suyo propio que lo define y hace diferente del resto de las personas. cada uno es «alguien» único e irrepetible.Dios quiere complacerse en cada uno como lo hace en su Hijo Jesús (Mt 3,17; Mt 17,5).

2.2 La vocación a la vida es una llamada positiva, pues se nos da para que aceptemos la vida como un valor real; como algo que hay que asumir y no rechazar. La vida nunca podemos verla como la triste imposición de un designio ciego. Cada uno en este mundo es importante porque Dios así lo quiso, fue Él quien quiso traernos a este mundo para algo.

2.3 El alcance de esta llamada a la vida comienza en la aceptación de la misma, por lo que habrá de durar toda la vida y tendrá siempre un toque de «respuesta» al llamado que Dios nos ha hecho. Esa respuesta se irá haciendo "«donación» y es así como la persona podrá «realizarse».

2.4 La vocación a la existencia es una llamada «dinámica» que va mucho más allá de un momento de discernimiento. Diariamente recibimos la llamada y siempre con los mismos elementos que nos hacen re-estrenar la respuesta a esta vocación. "A mi nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero", dice Jesús (Jn 10,18).

3. EL SENTIDO DE LA VIDA.

La respuesta a ese don de la vida estará siempre condicionada por el sentido que tenga la vida, por el sentido que nosotros mismos, «los llamados», le demos a la vida. Nuestra propia forma de entenderla, nuestro mundo de valores y demás cosas, harán que el sentido de nuestra existencia tenga un camino determinado. Desde nuestra propia experiencia existencial, deducimos que el sentido de la vida viene dado a través de:

3.1 La convivencia: Estamos «siendo», estamos «co-existiendo» con otros y con ellos tenemos que compartir una vida. En la convivencia expresamos nuestra realidad social, las relaciones humanas, nuestra inserción en una historia humana concreta. La historia de la humanidad nos habla de cómo el hombre se realiza en la convivencia (Gn 2,18). Y esto a pesar de que con mucha más frecuencia que en el resto de las especies animales, el hombre sea el peor enemigo del hombre (Gn 4,1-16).

3.2 El amor: Tenemos la posibilidad de eliminar los elementos disociativos de la vida (el egoísmo, la envidia, la vanidad) a través de la entrega, el servicio, el perdón, la solidaridad y la generosidad gratuita. Mantener la convivencia sólo será posible desde una actitud personal de profunda entrega generosa y positiva en humildad hacia los demás, haciéndonos «don» para ellos. Eso que llamamos «amor» (1 Jn 4,7-11; 1 Cor 13,1-13).

Así, vemos que la «vocación» es ese todo que es la existencia misma del hombre, su vida expresada de forma irrepetible a través de un proyecto personal en donde se realice. «Vocación» es, en primera instancia, toda la vida, ofrecida en convivencia y donada por amor en el plan de Dios en una tarea —de servicio y seguimiento de Cristo— específica.

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.

ACTIVIDADES A REALIZAR:

1. Leer los textos bíblicos aquí señalados y comentarlos.

2. Responder este cuestionario personal:

2.1 ¿Cuál es tu primera vocación?

2.2 ¿En manos de quién está el mundo?

2.3 ¿Por qué es importante descubrir la propia vocación?

2.4 ¿Cómo crees que puedas descubrir cuál es tu vocación?